viernes, 30 de mayo de 2014

Ochos cortados (Tiempo de Perros VI)

Voy derecho a una trampa, no hace falta ser muy listo para darse cuenta. El Maestro nos convoco a todos y nosotros hemos seguido el camino como ratones bien entrenados. Si fuera un chico listo daría un volantazo y dejaría que la chica esa, si es que eso era una chica, se las arreglase sola. Pero no soy un chico listo y Rata esta dentro. La única posibilidad es que el Maestro se haya equivocado en algo, que algún incontrolado se haya colado en la fiesta. Cuando tu única oportunidad es que el adversario la pifie, estas bien jodido.

La nave es antigua, de ladrillo y no de placas de hormigón como el resto del polígono. Debía ser algún tipo de pequeña fábrica. Una gran estructura, con tejado a dos aguas, albergaba la superficie principal de trabajo. Detrás, otro edificio adosado, mas largo, como si fuera un crucero, da al lugar apariencia de iglesia. En la fachada destacan unos carteles en los que pone “Dios te ama” y “Solo Él puede sanarte” en vivos colores. No veo gente fuera, pero si coches. Unos cincuenta, como los dueños estén todos dentro esto va a ser una carnicería. En fin, doy la vuelta a la manzana y me situó por la parte por donde debieran estar las oficinas.

En la parte trasera del coche, el policía y Liuba, así se llama la rusa, discuten en ruso. Ella quiere entrar y el policía intenta convencerla de que es demasiado peligroso. Como si quedarse fuera fuese seguro, si queríamos salvarla, deberíamos haberla dejado antes de entrar en el polígono. A estas alturas la policía de jazz habrá cerrado todas las salidas. Me vuelvo y les digo “Cada cual debe tener la oportunidad de elegir su muerte”.
El policía me dice que es la vida lo que se elige. Si, claro y que más. “No, la vida es la que te toca”, le respondo.

Salgo del coche, dejándolo con la palabra en la boca, no tengo ganas de seguir discutiendo. Me dirijo a una ventana que está entreabierta, vislumbro las siluetas de dos cabezas. Creen que por que no me ven yo tampoco puedo verles a ellos. Pobres niños jugando al escondite. Salto dentro sin tocar la ventana, uno intenta pincharme con una lanza improvisada, se la arranco de las manos y la uso para clavar al otro a la pared. Luego con el cuchillo le rebano el cuello. No han tenido tiempo de gritar. Por ahora vamos bien.

El policía y la rusa están al pie de la ventana. Les hago señas para que pasen. Resulta un poco patético ver a Luiba intentar subir, ayudada por el otro desde abajo, mientras se esfuerza por que su falda no se abra. Cuando por fin logra entrar en la habitación, se pone blanca. No esta acostumbrada a la sangre y aquí hay mucha. Al de la cuchillada casi le arranqué la cabeza y ahora cuelga de su tronco sujeta por un hilo de carne. Ese tipo de herida sangra mucho y este casi ha vaciado toda su sangre en el suelo. Por no hablar de las salpicaduras en el techo. Y la verdad es que el otro, clavado en la pared como un insecto, tampoco es muy decorativo. Aun así aguanta bien el trago y se limita a ponerse la mano en la nariz como para protegerse del olor. Tipos duros los rusos, debe ser por el clima.

El policía sube sin ruido y como un profesional, trepa ofreciendo el mínimo perfil posible y en cuanto entra ya tiene el arma preparada. Ex-militar supongo. Sus ojos cambian de color y dice “hay uno en el pasillo y otro en la oficina de al lado”; y añade “viene alguien, viene a ayudarnos”.Miro por la ventana y veo acercarse a la chica que antes nos disparó. Lleva un fusil en las manos. ¿Viene a ayudarnos? Joder, pues vaya cambio de opinión. Por si acaso me sitúo en el lateral de la ventana. El policía en cambio, le da la espalda y se va hacia la puerta. Luiba permanece en medio de la habitación intentando no tocar nada. La chica salta dentro sin ruido, y antes de que me de tiempo a moverme tengo la culata de su fusil entre ella y yo. Debe tener sensores térmicos.

La situación es, como mínimo, extraña. Una unidad de combate y yo midiéndonos en silencio. El policía acechando en la puerta sin hacernos caso y la rusa mirando espantada a su alrededor. Si esto sale en una peli no se lo cree nadie. La unidad de combate me sonríe y baja la culata del arma. Esto me supera. Bajo el cuchillo lentamente. “Necesito que alguien elimine al del pasillo en silencio” dice el policía. La unidad de combate me da la espalda y se dirige a la puerta. Se cuelga el fusil a la espalda y espera un momento. Luego abre la puerta de golpe, fuera hay un hombre con cara de susto. Antes de que el tipo reaccione agarra su cabeza y la gira. “Creec” suena. El tipo esta muerto.

No tengo ningún control sobre la situación. Y empiezo a sentir vértigo. El policía y la rusa son devotamente fanáticos de la cosa esa que secuestraron, y no van a aceptar ningún resultado que no incluya su rescate. No se que puñeta esta haciendo Rata, de hecho ni siquiera puedo oírle. La unidad de combate parece que esta de nuestro lado, pero no se hasta cuando. Y, a estas alturas de la fiesta, se que el Maestro no está aquí. Voy a morir por nada. “Eliminemos al que queda” digo.

Salgo al pasillo y abro la puerta que me señala el policía con la cabeza. Un pobre desgraciado me mira desde detrás de una mesa y hace un gesto para intentar coger un cuchillo que tiene en ella. No llega a completarlo. Mi daga le atraviesa el cuello. Lo veo morir atragantándose con su sangre. Dioses, estoy tan cansado. Recupero la daga y salgo al pasillo. “No hay nadie mas aquí” dice el policía. Me sorprende, el complejo de oficinas es muy grande, seguro que hay más de veinte oficinas dando a este mismo pasillo, sin contar las de los pisos superiores. “¿Seguro?” pregunto. “Nadie” responde, “están todos en el ritual”. Vuelve a tener los ojos raros, como opacos y de un color violáceo. Entonces empiezan los cánticos.

Un coro enorme declama con fuerza los versos de un canto en una lengua extraña. Noto el poder según empieza. Una marea de asco me invade, no se que es lo que pretenden, pero, sea lo que sea, es total y absolutamente falso. Nos dirigimos a la puerta que comunica con la nave principal. Esta abierta. Puedo ver un escenario situado en medio de la nave y otro cerca del portalón de entrada. En el del centro hay un altar de piedra. Y la chica esta allí, entre dos tipos que parecen sujetarla para que no escape. Otro tipo dirige a la gente que abarrota el espacio entre los dos escenarios, desde delante del altar mueve los brazos marcado el ritmo del canto. El otro escenario esta totalmente vacío, aunque creo que no por mucho tiempo.

Los tipos del escenario miran hacia la puerta y la gente que canta parece concentrada en el director del espectáculo. No parece que nadie tenga armas de fuego. Hay una pasarela, como a un piso de altura que recorre todo el perímetro de la nave. Creo que tengo un plan, o por lo menos el esbozo de uno. “Subid por la pasarela y colocaos encima del portalón” les digo “Yo intentare atacar desde atrás y traerme hasta aquí a la chica. Disparad a cualquiera que intente impedírmelo.” El policía asiente y la unidad de combate se dirige a la escalera que da acceso a la pasarela sin ningún comentario. Liuba me mira “No tengo armas”. Le doy mi pistola, un revolver del treinta y ocho que, de todas formas, jamás uso. Los veo subir por la escalera y me preparo. Busco todo el dolor que pueda sentir y lo encuentro. Noto como me hincho poco a poco. Atacar y huir, ese es el plan. No creo que salga.

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lunes, 19 de mayo de 2014

As de guia (Tiempo de Perros V)

Joder, mierda, mierda y mierda” Repito, mientras pateo el coche. Me cago en todo el santoral, mientras compruebo los daños. Tres ruedas reventadas y el radiador como un colador. Solo ha dejado la cuarta y por que no la veía. Me cago en Dios, que puntería tiene el jodido traidor.

Vaya día de mierda. Según me levanto, a las cuatro de la mañana, me como una bronca de los de arriba. Y todo por que, a uno de nuestros chicos listos, se le olvido que el comisario Carrasco ya no se llamaba así. Y el muy cabrón elevo una queja. Como si tuviera importancia, nadie nos recuerda cuando nos vamos. Pero claro, para los jefes es vital seguir el procedimiento. Y si a Carrasco le apetece llamarse ahora inspector Rodríguez, pues hay que llamarle como el diga.

Para terminar de arreglarla, el jefe me comunica que nos han apartado del caso. Se lo ha quedado Carrasco-Rodríguez. A nosotros nos han dejado de observadores, solo nos quedamos el jefe y yo a pie de calle, y un par de chicos listos en la oficina. No le diera un cáncer negro en los huevos a ese mamón de Carrasco-Rodríguez. Tengo que desmontar el grupo a toda leche. Entonces descubro que Pardo no está. Lo dejo para después por que no me queda tiempo. Hay que recoger a la unidad de combate, que por algún extraño capricho nos han concedido, y salir cagando leches con el jefe hacia la dirección del objetivo. Carrasco-Rodríguez no nos va a esperar. Y los secuestradores tampoco.

La unidad de combate resulta ser una chica rubia y delgada con pinta de yonki, que carga con una bolsa de deportes enorme. No se cuantas armas lleva dentro, pero el coche se mueve cuando la mete en el asiento de atrás. Dios, como odio a estas cosas. Monstruos capturados y reciclados, que nos sirven después de una dura reeducación. Pero monstruos al fin y al cabo. El jefe se monta en el asiento del copiloto y salimos hacia el punto de reunión.

A medida que vamos acercándonos la radio nos canta las novedades, varias unidades se han perdido y hay un follón del carajo. Cuando llegamos me doy cuenta de la magnitud del desastre, solo hemos llegado una unidad de agentes y nosotros. Hasta el capullo de Carrasco-Rodríguez esta intentado salir de un atasco. De esta lo fusilan al amanecer, y yo estaré en primera fila comiendo palomitas. Pese al desastre de organización nos dan la orden de seguir adelante. Con dos huevos, como sean muchos estamos jodidos.

El otro coche se pone delante y le seguimos por una maraña de callejuelas. Me recuerda a mi barrio, puedo oler los guisos baratos desde el coche. Cuando, por fin, enfilamos la calle observo dos cosas. Julián Pardo esta en un coche aparcado, de alquiler. Entonces pensé que venia a apoyarnos a pesar de las ordenes. Por un momento hasta me cayó bien el hijoputa. Y una furgoneta arrancada y abierta, los secuestradores seguro, blanco y en botella. Oí la puerta abrirse y los pasos de alguien que iba hacia la furgoneta. No llegábamos ni de coña.

Y entonces se lió. Alguien se metió en la furgoneta y el vehículo salió como una exhalación. El rubio estaba en mitad de la calle con una chica pálida y morena de la mano. Por la radio alguien dijo que el objetivo estaba allí, con el secuestrador de la mano. Dijeron que sus cómplices habían huido. Intenté maniobrar para seguir a la furgoneta, pero el coche de delante me estorbaba y los agentes estaban bajando para intentar detener al rubio. Joder, es que nadie se lee los putos informes. Después de que el jefe lo identificara por la cancioncilla, se pasó a todas las unidades. El rubio esta clasificado como amenaza extrema. La moto de la guardia civil paso por mi lado esquivándome por milímetros. Una unidad de combate disfrazada. Vi como saltaba el rubio, llevándose por delante al tipo como si fuera un muñeco de trapo. Luego cogió la moto y escapó por encima de un coche aparcado. Impresionante.

Intente explicar por la radio, que la chica era una rusa del chulo que había secuestrado el rubio, pero era imposible con Carrasco-Rodríguez lanzando órdenes por la radio. El jefe me hacia señas de que me calmara, mientras hablaba por teléfono y escribía en el portátil, pero como coño se calma uno en un momento así... Y entonces volvió el rubio.

Pude ver como saltaba de la moto, y como impactaba en uno de los agentes. No se como mató al otro. Fue demasiado rápido. Salí del coche con el arma en la mano. La yonki ya estaba apuntando cuando Pardo me apuntó a mí. Y disparó. Creí que estaba muerto. Sentí el impacto de mi cabeza contra el suelo, chispas de colores en mis ojos y a la unidad de combate encima. Tenía sus pechos encima de mi cara. Estaba tan conmocionado que pensé en besarla. No se cuanto duró, pero me pareció eterno.

Me pregunto con furia “que coño más podría haber salido mal”. La respuesta es obvia; podría estar muerto. La unidad de combate está a mi lado. El jefe sigue dentro hablando por el móvil y tecleando como un loco. Y yo tengo trabajo. Ladro mis órdenes, casi en automático, a las unidades que van llegando. Sellar la zona y buscar testigos para averiguar cual era el objetivo. “Joder, moveos, tenemos tres agentes muertos y vosotros papando moscas”.

Por fin llega Carrasco-Rodríguez. Apenas se baja del coche, empieza a gritar señalando en nuestra dirección. No me señala a mí, señala a la unidad de combate. No me lo puedo creer, ¡le esta echando la culpa a ella! Esto es lo que me quedaba por ver. No puedo contenerme, empiezo a insultarle “Capullo, inútil, soplapollas…” Me va a costar el puesto, pero no puedo parar. No se ni como he llegado tan cerca de el, le voy a sacudir. La chica me sujeta y me lleva de nuevo hasta el coche. ¡Dios! He estado a punto de golpear a un superior.

Carrasco-Rodríguez está mudo, sabe que iba a pegarle. Todos nos miran. Se abre la puerta del coche y sale el jefe “Inspector Rodríguez, está relevado del mando. Coja un grupo de asalto y diríjanse al Polígono Oeste. Espere allí mis instrucciones” dice, con tranquilidad, pero lo suficientemente alto como para que lo oiga todo el mundo. Carrasco-Rodríguez boquea como si le faltara aire. Quiere decir algo pero no sabe qué. Están sonando todos los móviles, aviso de mensaje. Ni siquiera lo miro. Es la confirmación desde arriba.

La chica me mira y me dice “Me llamo Sandra” y me tiende la mano. Me acaba de revelar su nombre real. Nunca lo usamos, normalmente solo lo conocen nuestros jefes directos. Hace años que no uso el mío. “Me llamo David” Hasta me resulta extraño como suena. Estrecho su mano. “Necesitamos un coche” me dice el jefe. Me parece ver una leve sonrisa en su cara. Sabe lo que pienso de las unidades de combate. Pero, joder, me acaba de salvar la vida.

Cogemos un coche y nos dirigimos al Polígono Oeste, uno de los más viejos de la ciudad. Al parecer, el jefe ha averiguado que nuestros adventistas tienen allí una nave que usan de iglesia, y ha localizado a la furgoneta por satélite yendo en esa dirección. Mientras conduzco, ordena el despliegue para sellar la zona y evacuar a los civiles. Nos comunican que el coche de Pardo también va en esa dirección. “A todas las unidades, que nadie intente detenerlos” anuncia por la radio. “Ellos también van al rescate, pueden servir de distracción” me aclara a mí. Menuda distracción, no quisiera estar en el pellejo de los que distraigan.

Pasamos los controles que ha organizado la policía alrededor del polígono. Por la radio nos comunican que el coche de Pardo pasó un momento antes de que los montaran. Alguien más dice que están evacuando el polígono, aludiendo a una fuga de gas. Llegamos a la parte de atrás de la nave a tiempo de ver a Pardo entrando por una ventana.

El jefe se vuelve y le dice a Sandra “Cúbreles”. Sandra sale del coche armada con un fusil de asalto y corre hacia la ventana. El jefe saca una pistola y le mete un cargador. No sabia que llevara una. “Vamos a intentar armar poco ruido” expone en voz baja “No sabemos lo que hay dentro. A Carrasco lo han confundido.” Luego pregunta por la radio “Inspector Rodríguez ¿Está en posición?” Y cuando escucha la confirmación añade “Que nadie entre hasta que de la orden”

Salimos del coche y entonces observo que se esta nublando. “Solo faltaba que lloviese” Maldigo para mis adentros. Miro la nave. Todavía no se ha acabado el día.


jueves, 15 de mayo de 2014

Parejas de baile (Tiempo de Perros IV)

Me gusta el barrio, ropa lavada en las ventanas, gente yendo al trabajo, coches utilitarios, mucha calle peatonal. La clase de sitio en que si dejas a tu hijo en la calle, lo peor que puede pasar es que le partan la cabeza de una pedrada. La calle del objetivo tiene un tramo peatonal, lo que me viene bien, nadie podrá colocarme un coche en la puerta y taparme la visión. Observo mientras camino. Los grupos de mujeres y hombres esperando a que los recojan, una furgoneta de la secta adventista, turismos y furgonetas de trabajo… Y un BMW enorme. Ese se ha perdido. O me esta esperando. El conductor tiene pinta de mosquita muerta y Rata pasa por su lado sin inmutarse. Parece que no hay peligro.

Veo a la rusa apenas entro a la calle. Es alta, pero está tan delgada y tan encogida que parece pequeña. Noto su dolor a distancia. No recuerdo a nadie que se sintiese tan solo. Esto no va bien. Necesito terminar de romper la magia que la mantiene atada a su misión, lograr que me señale al objetivo y convencerla de que se marche. Y no tengo mucho tiempo, los secuestradores o la policía del jazz estarán por aquí muy pronto. Si me monta una escena estoy listo. En fin, ya se verá.

Me acerco y le susurro “sdrazvuitie”. Quiero que confíe en mí, y no hay mejor presentación que hablar el idioma del otro. La chica se da la vuelta y me mira unos segundos, parece muy asustada. Intento decir algo, tranquilizarla. Solo acierto a sonreír, de forma bastante patética, creo. Maldigo mi estúpido mutismo. De pronto ella me abraza y empieza a hablarme muy rápido, “Ponchik” repite varias veces, y entiendo que se refiere a mí. ¿Rosquilla? ¿Por qué me llama rosquilla? Es dulce… debe ser algo como el “honey” de los ingleses. La consuelo como puedo, mezclando mi pésimo ruso con español.

Cuando, por fin, consigo que me suelte un poco, comprendo que estoy perdido. La policía de jazz esta llegando. Cojo a la rusa de la mano. Hay que largarse. Rata esta sobrexcitado, no se que puñeta le pasa. Parece decirme algo de una diosa. Maldito idiota, no es el momento de andar con juegos. Hay dos coches del enemigo entrando por la calle. Cuento cinco agentes en los coches y me da la impresión de que, al menos uno, es una unidad de combate. La furgoneta de los adventistas está cerca, abierta y con el motor arrancado, quien iba a decir que esa escoria serviría para algo.

Entonces se abre la puerta del objetivo y sale una chica menuda, con aspecto de mosquita muerta. El chillido de Rata dentro de mi cabeza casi me tira al suelo. “La diosa, la diosa”, repite el muy idiota. La rusa también se para y la mira. Entonces lo comprendo. Esa chica es el objetivo. Y menudo objetivo, cuando logro atravesar todas las capas de protección, me doy cuenta que esa chica es el ser mágico mas poderoso que jamás he visto. Cuesta mirarla, sus protecciones inconscientes hacen que quiera apartar la vista, ignorarla. Nunca me había costado tanto mirar a alguien.

Bien, nuevo plan. Dejo que se acerque a la furgoneta, la empujo dentro y salgo como si me persiguiese un batallón de diablos. La chica esta mas cerca de la furgoneta que yo, así que debo andar rápido, pero sin que los de la policía del jazz se de cuenta. Intento trasmitir a Rata mi plan. Espero que me entienda. Los adventistas empiezan a meterse dentro de la furgoneta. Hoy no es mi día.

Rata se mete por debajo de la furgoneta. Parece que lo ha entendido. Entonces el conductor se monta en la furgoneta y cierra la puerta. Maldita sea, estoy a solo cuatro pasos. Voy a tener que sacarlo a empujones. La chica esta llegando. Tres pasos. Acelero. Dos pasos y todo se va a la mierda, uno de la secta empuja a la chica dentro y salta al interior. Un paso y cierran la puerta en mis narices. La furgoneta sale chillando ruedas y quedo al descubierto. Los secuestradores eran ellos.

Es tarde para todo, tengo los dos coches encima y están frenando. Oigo la moto cuando casi la tengo encima, un guardia civil se lanza hacia mí. Es mi última oportunidad. Salto y me lanzo con las piernas por delante hacia su cabeza. El motorista esta muerto antes de tocar el suelo. Le he partido el cuello. No hay tiempo. Cojo la moto mientras oigo puertas abriéndose. Acelero y salto un coche aparcado. Tengo que atrapar esa furgoneta. Tengo que rescatar a Rata y a la chica.

La rusa me llamo “Ponchik”, maldigo y maldigo. No puedo dejarla atrás. Joder. Doy la vuelta a la manzana y entro en la calle peatonal por el otro extremo. Dos de los policías están intentando cogerla, la rusa se resiste. Lanzo la moto contra uno de ellos, y salto para acabar con el otro. Oigo más coches y el ruido de un helicóptero. Hoy es un buen día para morir.



Todo se ha ido al cuerno. El rubio esta en la parte de atrás del BMW intentado contener la hemorragia de la rusa. Debería estar muerto. Tendría que haberlo matado. Pero no pude. Cuando abrazó a la rusa me quede mirando como un idiota. Luego se lió todo. Los coches de la agencia entrando en la calle. Los adventistas secuestrando a Irene. El rubio escapando en moto. La gente de la agencia intentando detener a la rusa. Y yo seguía allí intentando decidir que hacer.

Y de pronto veo volver al rubio, saltó un coche con la moto, sorprendiendo totalmente a los agentes. Se tiró de la moto en marcha para degollar a uno de ellos y logró que la moto aplastara al otro. Corría, con la rusa de la mano, hacia el coche de los agentes, cuando del segundo coche salió mi controlador y una chica muy extraña. Una máquina de matar. Supe que no llegarían al coche. Los iban a acribillar.

Entonces deje de pensar. Siempre fui bueno disparando. Lancé la primera ráfaga contra mi controlador. Tres disparos, como en el manual. La chica tumbó a mi objetivo salvándole la vida por fracciones de segundo. La segunda y la tercera destrozaron una rueda y el radiador. Después me volví un poco hacia el rubio y le grite que viniera rápido. No se lo pensó. Entró en el asiento de atrás con una rapidez pasmosa. Lance dos ráfagas mas para dejarlos agachados y otra al coche vacío. “Si nos quieren seguir que busquen un taxi” Pensé.

Ahora huimos. No se como vamos a encontrar a Irene. No se que hacer con el rubio. No se como escapar de mi gente. Joder, ni siquiera sé con qué se hizo la herida la rusa, ni si saldrá de esta.

El rubio, en cambio, parece que solo piense una cosa por vez, sigue vendando a la rusa con los restos de una camisa que sacó de mi bolsa de viaje. Y no ha dicho ni una palabra desde que entró en el coche. No parece que le importe ni a donde vamos, ni que haremos después. Me va a estallar la cabeza.

El rubio termina con la chica y me dice “Hay que rescatar a la otra”. Así, como si fuese tan fácil. El dolor taladra mi cabeza. Pierdo el control del coche. Por suerte no hay nadie mas en la carretera y logro pisar el freno. El rubio sujeta el volante. No se como ha llegado al asiento del copiloto. “¡Se puede saber que haces!” Chilla. Solo alcanzo a balbucear “Intentaba saber donde está” Y añado, para que no resulte tan tonto “Puedo localizar a la gente con la mente”. El rubio me mira pensativo “No vuelvas a hacerlo mientras conduces” Me sonríe cómplice “Puse un localizador en la furgoneta”.

Todavía estoy temblando. “Pasa atrás y consuela a la chica” Dice “No creo que te entienda, pero cuéntale algo siempre ayuda escuchar a alguien a tu lado” “Hablo ruso” Le contesto mientras me bajo. “Entonces cuéntale algo bonito”.


El coche arranca y yo empiezo a hablarle a la rusa. De alguna forma, parece que todavía voy al rescate. Dios, ¿Cómo me las arreglo para ser tan patetico?.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Sueños (Tiempo de Perros III)

Me despierto sobresaltado y con un nombre en la cabeza: Irene. Por fin conozco el nombre de mi princesa. Irene, Irene, Irene. Estas muy cerca, tienes que estarlo para que pueda verte con tanta claridad. Llevo esperándote desde aquellos tórridos sueños de adolescente, cuando aun pensaba que eras solo un producto de mis hormonas. Me pregunto que pasara cuando nos encontremos, por que tu nunca me has visto. Espero poder resolverlo cuando te vea cara a cara.

Los vapores del sueño se disipan y entonces recuerdo… ¡Estas en peligro!, algo te acecha y no logro recordar qué, el sueño no es claro. Recuerdo a un gigante rubio, un peligroso guerrero criado para matar, pero no me parece que él sea el peligro, aun así, se que esta cerca… Otro velo cae, y me doy cuenta de que yo mismo te he señalado, eres el objetivo del secuestro. La rusa no sabía quien eras por que nadie puede verte, pero la dirección que dio era la tuya.

Un clavo de dolor atraviesa mi cabeza, mi gente te matara, eres como yo y para ellos somos monstruos. Espero que la magia que te ha mantenido oculta tanto tiempo, lo haga un rato más. No tengo mucho tiempo y el dolor no cede. Tengo que rescatarte, tengo que llegar antes que ellos.

Enciendo la luz y veo la habitación del hotel, cuatro estrellas, un autentico lujo para mi antiguo trabajo, pero desde que entre en la organización me pagan como funcionario de alto rango. La organización esta infiltrada en todas partes y hace que las nominas corran a cuenta del estado. Voy al minibar y cojo una botella de agua. Rebusco en la maleta, ibuprofeno, dos cápsulas y en un rato estaré como nuevo. Tengo que relajarme, en este estado no sirvo para nada.

¿Quien quiere secuestrarte? El rubio no es, él mató al proxeneta, de eso estoy seguro, mis sueños no fallan jamás. Y los míos tampoco, no tendría sentido. Intento concentrarme en esa información. Hago la pregunta. Como respuesta el clavo de mi mente resucita y caigo al suelo por el dolor. Alguien esta ocultándose, alguien muy poderoso. Maldita sea.

Saco mi maleta del armario, retiro la ropa y abro el doble fondo. Tengo una micro-uzi, un prodigio de la técnica israelí. Tengo seis cargadores, los relleno y los pego de dos en dos con cinta adhesiva, uno boca arriba y otro boca abajo, vuelta y vuelta, para poder recargar más rápido. A veinticinco balas por cargador, son ciento cincuenta oportunidades. Si me hicieran falta más, ya estaría muerto. Aun así, preparo la pistola también, dos cargadores sobraran, más y tendría que llevar una carretilla.

Me coloco las cinchas de la micro-uzi, de tal manera que cuelgue oculta debajo de la chaqueta y que me permita absorber el retroceso cuando empiece el baile, bendita preparación militar. Si quiero llegar a tiempo no tengo que madrugar, simplemente, no puedo acostarme.

Bajo a la calle, el coche de la agencia esta en el aparcamiento del hotel, pero no lo cogeré. Hace dos días alquile otro, mis presentimientos nunca se equivocan. Cojo el coche, un BMW 630 Ci coupé, me pregunto que pensarían en la empresa de alquiler si supiesen que lo puedo meter en un tiroteo. Dejo que me guíe mi instinto. La ciudad duerme.

Mientras avanzo descubro los fallos en mi plan, de hecho descubro que no tengo ningún plan. No puedo entrar y secuestrarte a punta de pistola, no puedo contarte la verdad y esperar que me creas. Y, desde luego, no puedo contar con ser capaz de enfrentarme a unos secuestradores que no se quien son. Por no hablar de que mi propia gente llegara en cualquier momento y ellos no hacen preguntas. Te detendrán y jamás saldrás de sus celdas de detención.

Llego a tu calle, un barrio obrero. Hay ropa tendida en las ventanas, la mayoría son uniformes de trabajo. La clase de barrio en el que nadie dejara de ver mi puñetero BMW. La estoy fastidiando a base de bien. Ni siquiera puedo aparcar en tu puerta por que la calle es peatonal en ese trozo. La ansiedad me esta matando.
Observo la calle, a las cinco de la mañana no hay ningún movimiento, así que no me resulta difícil descubrir a una chica morena y escuálida refugiada en el portal de enfrente de tu casa. Otra rusa, según la miro se que el proxeneta le mando seguirte. Le ha tenido que costar a horrores, no es fácil verte. Normalmente la gente solo te ve cuando hablas o te haces notar de alguna forma. La pobre lo ha pasado fatal, te ha seguido obligada por la magia y ahora ya casi se ha desecho el hechizo. Sin embargo sigue ahí.

Será mejor que espere a que, al menos, estés despierta. La gente del barrio empieza a salir de sus casas. Unos cogen los coches para ir al trabajo, otros, la mayoría mujeres, esperan en grupo a que alguien los recoja. Una furgoneta con rótulos de una iglesia adventista aparca justo en el límite de la zona peatonal y sus ocupantes se dirigen a los grupos que esperan y les reparten folletos. La voracidad de esta gente es insaciable. Consulto el reloj, son las cinco y media.

Entonces aparece, es el rubio. Alto, rubio, guapo, fuerte, ágil, la clase de tipo que en el colegio no se molestaba en mortificar a los débiles de la clase, ni siquiera nos veía. Lo veo avanzar, andando, por la calle y me doy cuenta de que no tengo ninguna oportunidad si me ve, si intuye que he venido a hacer. Espero que no se fije en el maldito coche.


El rubio va derecho hacia la rusa. No me ha visto. Cuento mentalmente los pasos que he de dar hasta estar lo bastante cerca. Ocho pasos, no es difícil. Tengo que matarlo. Tengo que hacerlo o te fallare. Me sudan las manos mientras pienso en como apuntar para no matar a la rusa. No quiero sangre inocente. Abro la puerta del coche muy despacio. Es la hora, Julián Pardo acude al rescate.

martes, 13 de mayo de 2014

Jazz Police (Tiempo de Perros II)

Ahí fuera hay monstruos, y alguien tiene que detenerlos. Esa es la cuestión. Hay cosas que se dedican a cazar a la gente o a usarla para sus siniestros juegos. Cuando lo descubres, no queda sitio para el relativismo, no puedes ponerte a analizar lo que esta bien y lo que esta mal. Ellos son el mal. Y cualquier cosa que hagamos para detenerlos esta bien.

Pienso en ello todas las noches, lo necesito. Pienso en ello esta noche, mientras conduzco hacia la zona donde han detectado “actividad anómala”. Hay que joderse, “anómala”, si que un par de monstruos se carguen a tres personas es anómalo, cuando pase algo extraño será una carnicería.

El jefe va detrás, leyendo los informes del equipo que he seleccionado, chavales jóvenes con apenas un roce con lo sobrenatural, o que han destacado de alguna manera. Les convencemos de que trabajan para alguna unidad especial y los usamos para el trabajo de campo. Algunos progresan, aunque la mayoría se quedan de colaboradores, sintiéndose superiores al resto de la canalla pero sin enterarse de una mierda.

Llegamos a la zona, un barrio de mierda, solo bueno para los yonkis y las ratas. La plaza esta llena de coches de policía y tipos uniformados. Nos dejan pasar sin decir nada. Cuando nos acercamos a la casa, escucho un trozo de estribillo. “Jazz police I hear you calling. Jazz police I feel so blue. Jazz police I think I'm falling, I'm falling for you”. Un mierda de esas hippies, pero me parece extrañamente apropiada. Somos la policía del jazz y ellos caerán hacia nosotros.

El jefe me pide que me encargue de los niños, mientras el baja con los tipos listos. Reconozco a uno, me lo presentaron como comisario Carrasco. Aunque no creo que sea comisario, y dudo mucho que se apellide Carrasco. Es un pez gordo, puede que del mismo nivel que mi jefe. Mucho pez para tan poca pecera. Esta mierda debe ser muy gorda.

Pongo a los chavales a currar, interrogando a todo el mundo y removiendo la mierda. Dudo que encuentren algo, la movida es abajo, pero nunca se sabe y hay que seguir el procedimiento. Pronto son un bien entrenado grupo de hormigas, haciendo meritos para ganar mi aprobación. Los observo uno a uno, intentado averiguar si alguno merece algo mas.

Pronto averiguamos que, por imposible que parezca, todos los testigos presentes vieron salir a un individuo de la casa con el proxeneta. Naturalmente las descripciones no coinciden y tampoco la manera de llevarlo. Mierda pura, solo hay yonkis y putas, que coño íbamos a averiguar de aquí.

Veo a Julián Pardo, un chaval que sacamos de la Guardia Civil, sentado con su libreta de notas en una piedra, observando a los testigos. No me gusta ese chico, pese a haber estado con las fuerzas especiales, al igual que yo mismo, y a su experiencia como policía judicial, sigue pareciendo un pardillo. Sin embargo, sus mandos lo tenían por competente y resolvió varios casos casi imposibles. Estoy a punto de darle un grito para que espabile, cuando descubro a lo que mira. Una puta rusa esta tratando de pasar inadvertida, mientras a su alrededor sus compañeras intentan evitar la deportación convirtiéndose en testigos.

Pardo se levanta y se dirige derecho hacia ella, le dice algo y la separa del grupo. Cuando empieza a hablar distingo algunas palabras. El jodido cabrón habla ruso. Eso no aparecía en su informe. La maldita canción sigue atormentándome.” Jazz police are looking through my folders, Jazz police are talking to my niece, Jazz police have got their final orders, Jazzer, drop your axe, it's Jazz police!”. Suelta tu jodida hacha monstruo, somos la policía del jazz.

Pardo deja a la chica custodiada por un uniformado y me cuenta el resumen. Al parecer el proxeneta iba a secuestrar a alguien y la envió a ella para decirle a sus socios donde encontrarla. No sabe quienes son los socios. No sabe quien es el objetivo. Pero sabe la dirección. Tenemos algo.

Llamo al jefe y, cuando sale, le cuento toda la historia. No puedo evitar sentirme eufórico. Me habían dejado fuera y he logrado quitarles protagonismo a los chicos listos. “Jazzer, drop your axe, it's Jazz police!” se me escapa, sin poder evitarlo.

-¿Cómo has dicho?- Me pregunta el jefe, mostrando interés por primera vez desde que empezó la noche. –Es solo una estúpida canción que se me ha metido en la cabeza- Le respondo. El jefe mira alrededor. Y entonces me doy cuenta. Todo el mundo esta tarareando la maldita canción.


-Llama a la central y pide una unidad de combate- Me dice mientras se monta en el coche. A las unidades de combate solo se las llama cuando la mierda esta a punto de llegar al techo. Esta mierda debe ser enorme. Joder que perra suerte.

Tiempo de Perros - Indice

La serie Tiempo de Perros la escribí en el 2008 y la publiqué en el blog La Camara de Marzabul. Me apetecía rescatarla y quizá darle continuidad. Ire publicando un capitulo al día hasta el VIII que es lo que escribí originalmente. Si gusta intentaré continuarla.

Tiempo de Perros - Índice


II Jazz Police

VII El angel

VIII El Maestro

lunes, 12 de mayo de 2014

La Plazilla (Tiempo de Perros I)

Observo a los yonkis en la plazilla, su baile absurdo de un grupo al otro y vuelta a empezar. Parece que pretendan pedirse, los unos a los otros, un poco de dinero para el chute que los dejara tranquilos. Trabajo inútil, aquí nadie tiene dinero, si alguno lo tuviera estaría en el punto comprando. En cualquiera de los puntos que abren sus puertas invitadoras a cualquiera que llame. No disimulan ni lo más mínimo, el barrio es tan marginal que los policías entran en grupos de ocho o más. Y les ven venir de lejos.

Cuanto sufrimiento desperdiciado, sin objetivo, ni valor. Lastima. En cualquier caso mi blanco es otro y Rata se esta poniendo nervioso. Me urge a mirar en otra dirección, una casa de dos plantas, con una amplia puerta de entrada abierta, pero con las ventanas tapiadas. La más ínfima expresión de burdel. En realidad de burdel casi ni ejerce, los yonkis son malos clientes, es más un almacén para guardar a las chicas durante el día para que no escapen. Una cárcel. Más sufrimiento, también desperdiciado en miseria y corrompido por la codicia. Me indigna.

Allí esta mi objetivo, un proxeneta venido a más últimamente, que ha pasado de tener un par de yonkis acabadas a importar directamente desde el Este. Como si le hubiera tocado la lotería del mal. Tuvo buena suerte, supongo. Hoy la va a tener mala. Rata se pone en movimiento, derecho hacia el edificio. Ninguno de los yonkis le mira, total una rata más, aunque sea de cinco kilos, no se nota demasiado. Yo lo tengo mas difícil, un traje de Armani llama mucho la atención en este barrio, los niños pijos nunca llegan tan lejos a pillar, a ellos los esperan donde todavía hay farolas. Me clavo el cuchillo en la palma de la mano y me marco la cara con sangre siguiendo las viejas costumbres. Cuando atravieso la plaza nadie me mira.

Rata rodea el edificio, nunca le han gustado las entradas principales, le sigo hasta una puerta pequeña en la parte de atrás. Esta cerrada, pero eso no es problema para Rata que se cuela por debajo. Yo saco mi juego de llaves “especiales”, tardo poco, pero aun así Rata ya esta en el sótano y me envía mensajes para que me apresure. Odio que haga eso, es como llevar un pasajero en la cabeza.

Cuando entro, me encuentro en una cocina, es grande, con una mesa de metal en el centro y todo tiene aspecto de haber sido recogido de la basura. Un frigorífico industrial hace un ruido del demonio y casi hace que no oiga la puerta. Levanto el cuchillo dispuesto a córtale el cuello a cualquiera que entre. Una chica teñida de rubio me mira asustada. Esta hecha polvo, noto el sufrimiento en todo su cuerpo, palizas de las que no dejan marca. Pero yo las noto, puedo sentir los golpes de varios años, que la han convertido en un animal asustado y sin esperanza. La miro a los ojos, cree que la voy a matar. Cree que soy la muerte y tiene razón, pero no la suya, hoy no. Le hago un gesto con la cabeza en dirección a la puerta y ella asiente. “Bolshoe spasibo” dice cuando pasa por mi lado.”Pazhalsta” pienso, pero no digo nada.

Esto ha podido salirnos caro, Rata no la ha visto por que ha bajado demasiado rápido, le maldigo en silencio y noto su punto de vergüenza, sabe que me ha fallado. Aun así sigue queriendo que me de prisa. Bajo por unas escaleras ruinosas y llenas de suciedad y me dirijo a donde me indica Rata. “Jodido GPS a cuatro patas, sal de mi cabeza, no me dejas pensar”, pienso pero Rata no ceja. Se que tengo dos objetivos justo al cruzar la puerta. Unos matones, Rata los nota corruptos. Me concentro y los veo a través de los ojos de Rata, hay otro detrás de Rata pero me hace ignorarlo. Cierro los ojos y saco otro cuchillo. Que Rata dirija mi mano. Entro y noto como mi izquierda sube hasta tropezar con el cuello del primero. Entonces abro los ojos y veo los del otro matón, veo el miedo y noto el grito que intenta escapársele. No lo hará, ya no tiene cuerdas vocales. Le saco la legua por el agujero de la garganta y dejo que se ahogue en su sangre. En silencio. Noto su dolor y, a la vez todo el que él ha infligido a lo largo de su vida. No es suficiente el castigo.

Miro al tercer hombre, esta sentado en el suelo, quieto. Me mira como si nada le importara ya. Rata me dice en mi mente que era un recluta que falló la prueba. No se que significa exactamente eso. De todas formas Rata manda en estos asuntos. Le señalo la escalera. “Vete” susurro. Y se va sin hacer ruido, ni mirar atrás.

El objetivo esta detrás de otra puerta, ahora empiezo a ponerme nervioso yo. Se supone que no debe ser demasiado poderoso. Apenas un payaso que jugando con el ocultismo llamo a la puerta equivocada. Pero con ciertos seres nunca se sabe. Me hago con el dolor que se desprende del edificio. Noto todas las palizas, todas las violaciones, todas las muertes que aquí se han cometido y las hago mías, las sufro y las disfruto en toda su intensidad. Hago que ese poder refuerce mi cuerpo y me fortalezca mas allá de los limites humanos y entonces golpeo la puerta, que salta en mil pedazos.

Apenas veo, hinchado de poder y pleno de dolor. Pero a mi me gusta el dolor, yo lo controlo. Hago que retroceda dejándome la conciencia libre. Veo el altar, una piedra grande en mitad de un pentagrama dibujado con tiza. Y veo a la chica, atada y desnuda con unas cadenas mal puestas. Tan mal puestas que se levanta de la piedra y corre en mi dirección, tapándome al macarra. No veo el arma hasta que dispara. No me da por más de un metro y dispara de nuevo, mientras yo le lanzo un cuchillo. La bala atraviesa la pantorrilla de la chica haciéndola caer sobre mí. Rebota, estoy tan hinchado que soy como una roca. Si la bala me hubiera dado a mi no habría pasado nada. El macarra esta en el suelo con un cuchillo atravesándole el omóplato. No parece una amenaza, mas no me fío y espero a que Rata inspeccione.

El chulo se levanta lentamente y se ríe. Esto empieza a parecer una peli de serie B. “¿Esto es lo mejor que sabes hacer, angelito?”. No creo ser ningún angelito. “Mi maestro ya me dijo que vendríais con vuestros crucifijos”. No he pisado una iglesia desde hace años, pero no le saco de su error, no me importa que crea que soy de la competencia. Se que hay una trampa y si habla puedo buscarla. “Pero no tenéis autentico poder” Se desgañita. “Dios no existe, payaso”. Como si no lo supiera.

La trampa esta en el altar, magia burda de sumisión. Supongo que a el le debe parecer el culmen de la Alta Magia. Avanzo, ya sin miedo. Noto su expectación, y seguidamente su terror cuando descubre que ni siquiera vacilo. Entonces ataca. Una legua larga como una serpiente de más de tres metros impacta contra mi pecho y hace estallar una autentica bomba de dolor, miles de agujas se clavan en mi piel y noto como mis ojos estallan. Dios, como disfruto. Cuando recupero el control cojo el altar y lo lanzo contra la pared, estoy tan pletórico que lo clavo en ella. Luego agarro al chulo y tengo que contenerme mucho para no hacerlo trozos. Le golpeo un poco contra el suelo y lo dejo inconsciente.

Miro a la chica, la pobre esta mas allá de cualquier ayuda. Ha perdido del todo la razón y musita palabras inconexas en ruso. Cuando paso por su lado, la mato de un golpe en el cuello. Es todo lo que puedo hacer ya. Salgo a la calle por la puerta principal. Ya no me importa que me vean. Los yonkis tienen un alto sentido de la supervivencia y antes de que logre atravesar la plaza, ellos ya estan en sus agujeros.

Me dirijo hasta el coche. Me gustan los mercedes por que tienen maleteros grandes, aunque sean deportivos. Meto el paquete detrás y salgo del barrio antes de que lleguen las luces azules. Estos no son policías normales, la policía todavía no sabe nada. A esta gente la llaman de muchas formas, La Corporación, La Agencia, Control… en cualquier caso, son los que se encargan de evitar que la gente como yo vaya haciendo de las suyas por ahí. Yo los llamo la Jazz Police y reconozco que hasta me caen bien. Son ellos los que van a tirarse toda la noche limpiando el desaguisado que he montado. Y mientras yo me entretendré con mi macarra, enseñándole nuevas cotas del dolor. Quizá no pueda decirme donde esta su maestro pero seguro que nos divertimos un montón.

Bajo la ventanilla y dejo que la música atruene el vecindario. Y mientras Ramstaim cantan sus canciones de amor y odio, Rata y yo nos sentimos felices.

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