lunes, 12 de mayo de 2014

La Plazilla (Tiempo de Perros I)

Observo a los yonkis en la plazilla, su baile absurdo de un grupo al otro y vuelta a empezar. Parece que pretendan pedirse, los unos a los otros, un poco de dinero para el chute que los dejara tranquilos. Trabajo inútil, aquí nadie tiene dinero, si alguno lo tuviera estaría en el punto comprando. En cualquiera de los puntos que abren sus puertas invitadoras a cualquiera que llame. No disimulan ni lo más mínimo, el barrio es tan marginal que los policías entran en grupos de ocho o más. Y les ven venir de lejos.

Cuanto sufrimiento desperdiciado, sin objetivo, ni valor. Lastima. En cualquier caso mi blanco es otro y Rata se esta poniendo nervioso. Me urge a mirar en otra dirección, una casa de dos plantas, con una amplia puerta de entrada abierta, pero con las ventanas tapiadas. La más ínfima expresión de burdel. En realidad de burdel casi ni ejerce, los yonkis son malos clientes, es más un almacén para guardar a las chicas durante el día para que no escapen. Una cárcel. Más sufrimiento, también desperdiciado en miseria y corrompido por la codicia. Me indigna.

Allí esta mi objetivo, un proxeneta venido a más últimamente, que ha pasado de tener un par de yonkis acabadas a importar directamente desde el Este. Como si le hubiera tocado la lotería del mal. Tuvo buena suerte, supongo. Hoy la va a tener mala. Rata se pone en movimiento, derecho hacia el edificio. Ninguno de los yonkis le mira, total una rata más, aunque sea de cinco kilos, no se nota demasiado. Yo lo tengo mas difícil, un traje de Armani llama mucho la atención en este barrio, los niños pijos nunca llegan tan lejos a pillar, a ellos los esperan donde todavía hay farolas. Me clavo el cuchillo en la palma de la mano y me marco la cara con sangre siguiendo las viejas costumbres. Cuando atravieso la plaza nadie me mira.

Rata rodea el edificio, nunca le han gustado las entradas principales, le sigo hasta una puerta pequeña en la parte de atrás. Esta cerrada, pero eso no es problema para Rata que se cuela por debajo. Yo saco mi juego de llaves “especiales”, tardo poco, pero aun así Rata ya esta en el sótano y me envía mensajes para que me apresure. Odio que haga eso, es como llevar un pasajero en la cabeza.

Cuando entro, me encuentro en una cocina, es grande, con una mesa de metal en el centro y todo tiene aspecto de haber sido recogido de la basura. Un frigorífico industrial hace un ruido del demonio y casi hace que no oiga la puerta. Levanto el cuchillo dispuesto a córtale el cuello a cualquiera que entre. Una chica teñida de rubio me mira asustada. Esta hecha polvo, noto el sufrimiento en todo su cuerpo, palizas de las que no dejan marca. Pero yo las noto, puedo sentir los golpes de varios años, que la han convertido en un animal asustado y sin esperanza. La miro a los ojos, cree que la voy a matar. Cree que soy la muerte y tiene razón, pero no la suya, hoy no. Le hago un gesto con la cabeza en dirección a la puerta y ella asiente. “Bolshoe spasibo” dice cuando pasa por mi lado.”Pazhalsta” pienso, pero no digo nada.

Esto ha podido salirnos caro, Rata no la ha visto por que ha bajado demasiado rápido, le maldigo en silencio y noto su punto de vergüenza, sabe que me ha fallado. Aun así sigue queriendo que me de prisa. Bajo por unas escaleras ruinosas y llenas de suciedad y me dirijo a donde me indica Rata. “Jodido GPS a cuatro patas, sal de mi cabeza, no me dejas pensar”, pienso pero Rata no ceja. Se que tengo dos objetivos justo al cruzar la puerta. Unos matones, Rata los nota corruptos. Me concentro y los veo a través de los ojos de Rata, hay otro detrás de Rata pero me hace ignorarlo. Cierro los ojos y saco otro cuchillo. Que Rata dirija mi mano. Entro y noto como mi izquierda sube hasta tropezar con el cuello del primero. Entonces abro los ojos y veo los del otro matón, veo el miedo y noto el grito que intenta escapársele. No lo hará, ya no tiene cuerdas vocales. Le saco la legua por el agujero de la garganta y dejo que se ahogue en su sangre. En silencio. Noto su dolor y, a la vez todo el que él ha infligido a lo largo de su vida. No es suficiente el castigo.

Miro al tercer hombre, esta sentado en el suelo, quieto. Me mira como si nada le importara ya. Rata me dice en mi mente que era un recluta que falló la prueba. No se que significa exactamente eso. De todas formas Rata manda en estos asuntos. Le señalo la escalera. “Vete” susurro. Y se va sin hacer ruido, ni mirar atrás.

El objetivo esta detrás de otra puerta, ahora empiezo a ponerme nervioso yo. Se supone que no debe ser demasiado poderoso. Apenas un payaso que jugando con el ocultismo llamo a la puerta equivocada. Pero con ciertos seres nunca se sabe. Me hago con el dolor que se desprende del edificio. Noto todas las palizas, todas las violaciones, todas las muertes que aquí se han cometido y las hago mías, las sufro y las disfruto en toda su intensidad. Hago que ese poder refuerce mi cuerpo y me fortalezca mas allá de los limites humanos y entonces golpeo la puerta, que salta en mil pedazos.

Apenas veo, hinchado de poder y pleno de dolor. Pero a mi me gusta el dolor, yo lo controlo. Hago que retroceda dejándome la conciencia libre. Veo el altar, una piedra grande en mitad de un pentagrama dibujado con tiza. Y veo a la chica, atada y desnuda con unas cadenas mal puestas. Tan mal puestas que se levanta de la piedra y corre en mi dirección, tapándome al macarra. No veo el arma hasta que dispara. No me da por más de un metro y dispara de nuevo, mientras yo le lanzo un cuchillo. La bala atraviesa la pantorrilla de la chica haciéndola caer sobre mí. Rebota, estoy tan hinchado que soy como una roca. Si la bala me hubiera dado a mi no habría pasado nada. El macarra esta en el suelo con un cuchillo atravesándole el omóplato. No parece una amenaza, mas no me fío y espero a que Rata inspeccione.

El chulo se levanta lentamente y se ríe. Esto empieza a parecer una peli de serie B. “¿Esto es lo mejor que sabes hacer, angelito?”. No creo ser ningún angelito. “Mi maestro ya me dijo que vendríais con vuestros crucifijos”. No he pisado una iglesia desde hace años, pero no le saco de su error, no me importa que crea que soy de la competencia. Se que hay una trampa y si habla puedo buscarla. “Pero no tenéis autentico poder” Se desgañita. “Dios no existe, payaso”. Como si no lo supiera.

La trampa esta en el altar, magia burda de sumisión. Supongo que a el le debe parecer el culmen de la Alta Magia. Avanzo, ya sin miedo. Noto su expectación, y seguidamente su terror cuando descubre que ni siquiera vacilo. Entonces ataca. Una legua larga como una serpiente de más de tres metros impacta contra mi pecho y hace estallar una autentica bomba de dolor, miles de agujas se clavan en mi piel y noto como mis ojos estallan. Dios, como disfruto. Cuando recupero el control cojo el altar y lo lanzo contra la pared, estoy tan pletórico que lo clavo en ella. Luego agarro al chulo y tengo que contenerme mucho para no hacerlo trozos. Le golpeo un poco contra el suelo y lo dejo inconsciente.

Miro a la chica, la pobre esta mas allá de cualquier ayuda. Ha perdido del todo la razón y musita palabras inconexas en ruso. Cuando paso por su lado, la mato de un golpe en el cuello. Es todo lo que puedo hacer ya. Salgo a la calle por la puerta principal. Ya no me importa que me vean. Los yonkis tienen un alto sentido de la supervivencia y antes de que logre atravesar la plaza, ellos ya estan en sus agujeros.

Me dirijo hasta el coche. Me gustan los mercedes por que tienen maleteros grandes, aunque sean deportivos. Meto el paquete detrás y salgo del barrio antes de que lleguen las luces azules. Estos no son policías normales, la policía todavía no sabe nada. A esta gente la llaman de muchas formas, La Corporación, La Agencia, Control… en cualquier caso, son los que se encargan de evitar que la gente como yo vaya haciendo de las suyas por ahí. Yo los llamo la Jazz Police y reconozco que hasta me caen bien. Son ellos los que van a tirarse toda la noche limpiando el desaguisado que he montado. Y mientras yo me entretendré con mi macarra, enseñándole nuevas cotas del dolor. Quizá no pueda decirme donde esta su maestro pero seguro que nos divertimos un montón.

Bajo la ventanilla y dejo que la música atruene el vecindario. Y mientras Ramstaim cantan sus canciones de amor y odio, Rata y yo nos sentimos felices.

Ir al índice

No hay comentarios: